Llega un momento en nuestra vida, en que debemos decidir cómo vamos a actuar o a manejar ciertas cosas, acerca de las cuales tuvimos una influencia de parte de nuestros padres y del ambiente en el cual crecimos. Sin embargo, en el nuevo tiempo que estamos viviendo, las cosas son diferentes, no sólo por influencia, sino porque al tener una vida nueva en Cristo, hay patrones antiguos que tuvimos que dejar atrás.
Una de estas situaciones por ejemplo es que, cuando yo era niña, mi madre me enseñó a remendar los calcetines, cuando estos se gastaban mucho de los talones, debido a que su abuela le enseñó a ella a hacerlo, dada la escasez en que vivían. Para que quedaran bien, recuerdo que metía dentro del calcetín un bombillo ya quemado, para costurar sobre el mismo. A veces era tan grueso el remiendo, que era incómodo caminar con los calcetines puestos.
En los primeros años de mi vida de casada, pasé necesidades económicas y me acostumbré a comprar ropa usada, muebles de segunda, cosas de bulto. Me di cuenta que esto podría convertirse en un mal hábito, o hasta en una adicción.
Cuando Cristo me salvó y me dio vida nueva, comencé a entender que Él puede darnos cosas nuevas, que podemos aspirar a estrenar, que no siempre tenemos que conformarnos con lo viejo y remendado. Cuando Jesús iba a entrar en Jerusalén, pidió que le trajeran un pollino nuevo, no montado. Ese hecho me abrió los ojos espirituales. Fue entonces que decidí que tenía derecho a estrenar un carro nuevo, no necesariamente comprar carros usados.
Pero muchas veces me enfrento a la toma de decisiones acerca de botar algo o restaurarlo, sobre todo lo viví intensamente después de las inundaciones Eta e Iota. Es entonces que necesitamos usar la mente de Cristo, no solamente seguir la costumbre de: lo guardo todo, pero tampoco de: lo remiendo todo.
Creo que Dios nos permite vivir ambas situaciones, para que ejerzamos el criterio en cada circunstancia. Es importante poder discernir qué debemos desechar y qué podemos reparar. Lo importante es sacar el mayor provecho de las cosas y entender cuando todavía tienen vida útil, sin llegar al punto de ser miserables. Entender que algunas cosas que quizás no son útiles para mí, pueden serlo para alguien más, entonces, tener el desapego para soltarlas, sabiendo que cuando nosotros las necesitemos, Dios nos proveerá.
No seamos de los acumuladores que todo lo guardan, por si acaso. Tampoco seamos de los que viven en una sociedad desechable, donde todo se reemplaza con demasiada frecuencia. ¡Que seamos alumbrados para saber la diferencia!
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